miércoles, 26 de agosto de 2009

LA ORACIÓN DE JESÚS.

III. LA ORACIÓN DE JESÚS.
(17,1-26)

17, 1. Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo:
- Padre, ha llegado la hora; manifiesta la gloria de tu Hijo, para que el Hijo manifieste la tuya:
2. ya que le has dado esa capacidad para con todo hombre, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado;
3. y ésta es la vida definitiva, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, conociendo a tu enviado, Jesús Mesías.
4. Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar;
5. ahora, Padre, manifiesta tú mi gloria a tu lado, la gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia.
6. He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste sacándolos del mundo; tuyos eran, a mí me los entregaste y vienen cumpliendo tu mensaje.
7. Ahora ya conocen que todo lo que me has dado procede de ti;
8. porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste.
9. Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos
10. (como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío); en ellos dejo manifiesta mi gloria
11. y no voy a estar más en el mundo; mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo.
Padre santo, guárdalos unidos a tu persona – eso que me has entregado -, para que sean uno como lo somos nosotros.
12. Mientras estaba con ellos, yo los guardaba unidos a tu persona – eso que me has entregado -, y los protegí; ninguno de ellos se perdió, excepto el que iba a la perdición, y así se cumple aquel pasaje.
13. Pero ahora me voy contigo, y habló así en medio del mundo para que estén colmados de mi propia alegría.
14. Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo;
15. no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso.
16. No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo.
17. Conságralos con la verdad, verdad que es tu mensaje.
18. Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo
19. y por ellos me consagro yo mismo, para que también ellos estén consagrados con verdad.
20. Pero no te ruego solamente por éstos, sino también por los que a través de su mensaje me den su adhesión:
21. que sean todos uno –como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo-, para que también ellos lo estén con nosotros, y así el mundo crea que tú me enviaste.
22. Yo, por mi parte, la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno
23 – yo identificado con ellos y tú conmigo-, para que queden realizados alcanzando la unidad, y así conozca el mundo que tú me enviaste y que les has demostrado a ellos tu amor como me lo has demostrado a mí.
24. Padre, quiero que también ellos –eso que me has entregado- estén conmigo donde yo estoy, para que contemplen mi propia gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes que existiera el mundo.
25. Padre justo, el mundo no te ha reconocido; yo, en cambio, te he reconocido, y éstos han reconocido que tú me enviaste.
26. Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer, para que ese amor con el que tú me has amado esté en ellos y así esté yo identificado con ellos.


EXPLICACIÓN.

1-26. I. Prefacio de la oración (1-5). Sin usar verbos que signifiquen ruego, Jesús pide al Padre que su muerte manifieste su propia gloria/amor y el del Padre por la comunicación del Espíritu a los que creen (cf. 13,31s). Esa obra será el tema central de la eucaristía en las comunidades posteriores.
Padre (1) es el apelativo de Dios que muestra la relación que el que lo pronuncia tiene con él, y caracteriza a Dios como el que por amor comunica su propia vida. Ha llegado la hora anunciada en Caná (2,4) y que había provocado la crisis de Jesús (12,27). Sabe que ella significa su victoria (16,33). Vuelve a pedir al Padre que se realice el acontecimiento salvador, la manifestación de su gloria/amor (12,27): manifestando su amor, quiere dar a conocer el Padre a los hombres. El Padre manifestará su gloria dando vida/Espíritu por medio de Jesús.
De Jesús depende la realización de la obra creadora de Dios. Él tiene la capacidad de hacer que el hombre nazca de Dios (1,13), dándole así vida definitiva y la capacidad de hacerse hijo (1,12). Lo que le has entregado (6,37.39; 10,29), expresión neutra, en relación con el que sean uno (22). El Padre ha entregado a Jesús el grupo de los que responden a la llamada de la vida; son los que escuchan y aprenden del Padre (6,45).
El conocimiento del Padre solamente se obtiene conociendo a Jesús Mesías (3). Pero este conocimiento es relacional, no meramente intelectual. Sólo puede conocer a Dios como Padre quien respecto a él es hijo; la vida definitiva implica, pues, ser hijo del Padre. Sólo puede conocer a Jesús como Mesías el que experimenta la liberación y salvación que él trae (14,20). Una y otra experiencia se identifica con la del Espíritu. El Padre es el único Dios verdadero; el dios que establece con el hombre una relación señor-siervo es falso.
Jesús da remate a la obra del Padre (4) en primer lugar en sí mismo (19,30) y, por la comunicación del Espíritu/vida definitiva (19,30.34; 20,22), en los que le han dado su adhesión.
Pide que su muerte manifieste el amor solidario del Padre y suyo al hombre (5), que sea la prueba indiscutible de que su propia obra y amor son los del Padre. A tu lado indica el carácter definitivo de esta manifestación; la acogida del Padre será el final del itinerario de Jesús (13,3; 16,10) y manifestará permanentemente la gloria del Hijo. Jesús realiza el proyecto divino sobre el hombre. Este proyecto, anterior a la creación, era el Hombre-Dios (1,1), lleno de la gloria del Padre (1,14), el Hijo único, Dios (1,18). Pide ahora al Padre que el proyecto llegue a su realización perfecta con la demostración plena de su capacidad de amar y de comunicar vida.
II. Oración de Jesús por la comunidad presente (6-19). Presupone la fe y la praxis de la comunidad por obra de la actividad de Jesús (6-8). Jesús es la manifestación del Padre (6); lo que la comunidad contempla en él es la gloria del Padre que lo llena (1,14) y que es su propia gloria (2,11). El Padre, actuando a través de Jesús, se manifestará a los hombres (9,3). Ver a Jesús es ver al Padre (12,45; 14,9). La llamada del Padre hace romper con el mundo, el sistema de injusticia y muerte, y asociarse al éxodo de Jesús (8,12). Los discípulos van cumpliendo el mensaje del Padre, que es el de Jesús (14,24).
El punto central de 7-8 es las exigencias… las han aceptado. Hay una decisión de la voluntad que precede al conocimiento y es condición para él. Repite Jesús un principio enunciado dos veces en el templo (7,17; 8,31). No hay conocimiento sin previa decisión de la voluntad; no se sale de la duda sin comprometerse con el bien del hombre. El pasaje está también en relación con 3,33s: al aceptar las exigencias y llevarlas a la práctica, los discípulos experimentan la acción del Espíritu en ellos; esto los convence de la misión divina de Jesús y de que lo que tiene procede del Padre. La certeza de la fe no se basa, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida (el Espíritu) que comunica la práctica del mensaje de Jesús, creando la comunión con él. Esta fe descubre el origen divino de su persona y misión (que de ti procedo… que tú me enviaste).
Considera Jesús la circunstancia en que pronuncia esta oración por los suyos; es la de su marcha con el Padre (9-11a). En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús (16,16). Ahora, sin embargo (9), el ruego de Jesús no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración precede a la existencia de su comunidad y la funda.
Jesús no ruega por el mundo, el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. Subraya Jesús su incompatibilidad con el sistema de opresión y de muerte. Los discípulos son del Padre y de Jesús (10); son miembros de la misma familia, viven en el hogar del Padre (14,2s). El distintivo del grupo cristiano es que en él brilla la gloria/amor de Jesús (13,35); perpetúa así su presencia entre los hombres. El grupo va a quedar en medio del mundo, ambiente hostil y seductor al mismo tiempo, sin el soporte de su presencia física (11).
Petición de Jesús por los suyos (11b-19). El apelativo Padre santo (11) prepara la petición final de esta oración: conságralos/santifícalos con la verdad. La unión con el Padre se realiza por la comunicación de su Espíritu (14,16), que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad (cf. 21-23; 14,20), efecto de la comunidad de Espíritu. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor.
Hasta ahora, constituyendo el grupo y viviendo con él, Jesús lo ha mantenido unido al Padre (12), presente en él. En adelante, la situación cambia: la experiencia del Padre ha de ser interior. Así llegarán a su estado adulto. Un discípulo, Judas, no ha respondido, ni siquiera en el último momento (13,26), el amor de Jesús; éste se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en 13,18.
El tema de la alegría (13) ha aparecido en el discurso, significando la que producen el fruto y la experiencia del amor de Jesús y del Padre (15,11). Aquí es la de saberse queridos por el Padre, que los hará objeto de su solicitud (cf. 15,1).
El Padre había entregado los discípulos a Jesús, sacándolos del mundo (6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre (14), que es el del amor, haciendo efectiva su separación. Al cumplir el mensaje (6), los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y esto suscita odio, como ha sucedido con Jesús (15,18-25). La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material (15). Han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, pero sin ceder a las amenazas o halagos del sistema perverso. El Perverso es “el Enemigo” (8,44; 13,2), “Satanás” (13,27), el dios-dinero, principio inspirador (8,44: “padre”) del sistema de poder e injusticia. Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal llevaría a los discípulos a ser cómplices de la opresión; la comunidad se habría pasado a las filas del “mundo”. Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro asociarse a la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús.
Jesús menciona de nuevo la ruptura de los discípulos, que corresponde a la suya propia; introduce así la petición siguiente, punto culminante de esta oración. La verdad toma el lugar de la unción ritual; consagrar/santificar está en relación con el Espíritu Santo/santificador (14,26; cf. 1,33; 20,22) y con el Padre (11), del que procede el Espíritu (15,26); el Espíritu Santo es al mismo tiempo el Espíritu de la verdad; Jesús enuncia en este pasaje la relación entre “consagración” y “verdad”. El Espíritu es la vida-amor del Padre y el principio de vida (3,6); al ser comunicado al hombre, produce una nueva experiencia de vida-amor que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31s). Consagrar con la verdad significa, por tanto, comunicar el Espíritu. El Padre consagró a Jesús para su misión (10,36); Jesús le pide que consagre a los discípulos (unción mesiánica) de manera semejante a la suya. La verdad se formula en el mensaje del amor y la vida, que equivale al mandamiento (Sal 119,142) (13,34). Equivalencias: gloria, amor, Espíritu. El Espíritu da la experiencia del amor del Padre; esta experiencia, conocida, es verdad; proclamada, el mensaje; como norma de vida, el mandamiento; traducida en la entrega, la “gloria” o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en medio del mundo.
La misión de los discípulos (18) tiene el mismo fundamento que la de Jesús, la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias, la persecución por parte de la sociedad hostil (15,18-25; 16,1-4a). Jesús estaba ya consagrado por Dios para su misión (10,36): sin embargo, afirma que se consagra él mismo por los discípulos (19), aludiendo a su muerte. La consagración con el Espíritu no es pasiva, exige la colaboración. Por parte de Dios consiste en capacitar para la misión que él confía, comunicando el Espíritu; por parte del que la recibe, en comprometerse a responder hasta el fin a ese dinamismo de amor y entrega. Un don no llega a ser tal hasta que no es aceptado; la muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, le dará su realidad plena y definitiva. Su muerte, que permitirá la efusión del Espíritu, hará posible la consagración de los discípulos.
III. Oración por la comunidad del futuro (20-23). Jesús ensancha el horizonte de su comunidad a épocas sucesivas (20). Está seguro de que su obra continuará. El llamado mensaje del Padre (6.7) y mensaje de Jesús (14,23), lo es también de los discípulos. No es para ellos una doctrina aprendida ni han de proponerlo como algo a lo que están obligados; no se puede proponer el amor si no se vive; se comunica como experiencia y convicción propia. El mensaje produce la adhesión a Jesús, punto de referencia para todos los tiempos. El mensaje no es una teoría sobre el amor, sino la formulación de la vida y muerte de Jesús.
La petición de Jesús es la unidad (21), expresión y prueba del amor, distintivo de la comunidad; su modelo es la unidad que existe entre Jesús y el Padre, y es condición para la unión con ellos. Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y Jesús. Se establece así la comunidad de Dios con los hombres; su presencia e irradiación desde la comunidad, a través de las obras que revelan su amor (9,4), será la prueba convincente de la misión divina de Jesús. No se convence con palabras, sino con hechos.
La gloria/amor del Padre (el Espíritu) que Jesús ha recibido (1,14) constituye al Hijo (1,32.34) uno con el Padre (10,30). La comunicación de la gloria (22) a los discípulos realiza en ellos la condición de hijos; la comunidad de Espíritu produce la unidad entre ellos y con Jesús y el Padre. La comunidad es el nuevo santuario. La realización plena del designio de Dios (23) depende de la existencia de la unidad, fruto del amor incondicional. Éste es el testimonio válido ante los hombres. Equivalencia entre gloria y amor del Padre. Los discípulos manifestarán a un Dios que es don de sí generoso y total (“Padre”).
IV. Conclusión (24-26). El término quiero (24) muestra la libertad del Hijo (13,3): su designio es el mismo del Padre. Estar con él (14,3) denota la condición de hijos. Contemplar su gloria equivale a experimentar su amor (1,14) y responder a él (1,16). Jesús ha realizado el proyecto de Dios (1,1; 17,5), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio.
Expone al Padre la diferencia entre el mundo que lo rechaza y él y los suyos (25), para que el Padre justo los honre (12,26). Resume Jesús el contenido de su oración (26). Alude a su actividad pasada (vv. 4.6) y afirma su propósito para el futuro (vv.1.5): manifestar el ser el Padre dando la vida. La cruz será la revelación plena y definitiva de la persona el Padre, manifestando todo el alcance de su amor.
Conocer al Padre a través de Jesús es la vida definitiva (v.3). Quiere que los discípulos sean iguales a él, que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado, para que su unión con ellos sea total.

SÍNTESIS.

El acontecimiento salvador es la muerte de Jesús, en la que el Hombre queda terminado (19,30) al actualizar plenamente su capacidad de amar, y que revela lo que es Dios mismo: amor total y gratuito al hombre (Padre).
Desde su plenitud, Jesús el Hombre-Dios, igual y uno con el Padre, puede comunicar la vida/amor que posee. El efecto de esa comunicación será doble: la unidad de los que participan de él, y su entrega a la difusión de ese amor/vida en el resto de la humanidad.
El amor produce en los hombres una calidad de vida que puede llamarse definitiva, pues no está sujeta a muerte. Esa vida se identifica con la condición de hijos de Dios, que nace de la experiencia del amor de Dios como Padre al experimentar en la propia persona la acción salvadora de Jesús.
El amor, que es don de sí, establece la relación interpersonal, que no se crea dando “cosas”, sino dándose uno mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona. De hecho, el bien del hombre no está en poseer “algo” sino a “alguien”, en poseer a Dios y a los demás. Pero esta posesión no se adquiere por conquista o compra, se recibe como don gratuito. Cada uno regala su vida a los otros, como el Padre, que es Espíritu/vida (4,24), da su Espíritu a Jesús (1,32), y Jesús se entrega y da su Espíritu a los hombres (10,11; 19,30). Cada uno es dueño de su vida, su máxima riqueza, para entregarla; de esa manera, todos tienen en común la riqueza de todos (17,10).
Se ve así el sentido del “servicio”. Es el don personal de todos a todos. No basta un servicio “objetivo” al hombre, sino uno que en lo objetivo lleve dentro el ofrecimiento de la persona. La existencia de la comunidad una es al mismo tiempo el origen y el término de la misión.

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