martes, 8 de septiembre de 2009

La sepultura en el huerto.

La sepultura en el huerto.
(Jn 19,38-41)

19, 38. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero clandestino por miedo a los dirigentes judíos, rogó a Pilato que lo dejase quitar el cuerpo de Jesús; Pilato lo autorizó. Fue entonces y quitó su cuerpo.
39. Fue también Nicodemo, aquel que al principio había ido a verlo de noche, llevando unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
40. Cogieron entonces el cuerpo de Jesús y lo ataron con lienzos junto con los aromas, como tienen costumbre los judíos de dar sepultura.
41. En el lugar donde lo crucificaron había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía nadie había sido puesto.
42. Por ser día de preparación para los judíos, como el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


EXPLICACIÓN.

19, 38-42. Nada se dice sobre la posición social de José ni sobre su afiliación religiosa; se menciona solamente su origen, Arimatea (38). Era discípulo, pero no se atrevía a pronunciarse en público a favor de Jesús (cf. 12,25; 20,19). Quiere rendirle los últimos honores. Todo ha terminado con una condena injusta y se propone mostrar su solidaridad con el ajusticiado.
Nicodemo (39) no aparece como discípulo; era, por el contrario, fariseo y jefe entre los judíos (3,1). Había esperado que Jesús fuese el Mesías-maestro y realizase la restauración promoviendo la rigurosa observancia de la Ley. De noche, el espacio de donde Jesús, la luz (8,12), está ausente. Sin embargo, su sentido de la justicia lo hizo salir en defensa de Jesús (7,50s). Con la enorme cantidad de aromas Nicodemo se propone eliminar el hedor de la muerte (11,39), que da por descontado. Para él, Jesús ha terminado para siempre, pero quiere perpetuar su memoria. Esta clase de aromas no se empleaban para la sepultura; se usaban, en cambio, para perfumar la alcoba (Prov 7,17; cf. Sal 45,9); se mencionan con frecuencia en el Cantar, en contexto nupcial (4,14; cf. 3,6; 4,6; 5,1.13).
El discípulo se asocia al fariseo (40) para sepultar a Jesús. Las exequias que le hacen tienen un doble sentido. Ellos piensan rendir el último homenaje a un muerto, pero de hecho están preparando el cuerpo del esposo para la boda. Quieren perpetuar la memoria de Jesús, el injustamente condenado, considerándolo muerto para siempre; así lo indica el verbo lo ataron, extraño para ser aplicado a los lienzos, pero que sugiere la privación de libertad, el estar definitivamente sujeto a la muerte (cf. 11,44, de Lázaro: “Desatadlo”). Jn subraya este modo de pensar cuando añade: como tienen costumbre los judíos de dar sepultura, que no se refiere a los aromas.
El perfume de Betania (12,3) era un homenaje a Jesús vivo y dador de vida; los aromas de Nicodemo, a Jesús muerto. De aquél resaltaba la calidad (“de mucho precio, auténtico”); de éste, la cantidad (unas cien libras). José, el discípulo, debía haber llevado un poco del perfume de nardo, según la recomendación de Jesús (12,7: “para el día de mi sepultura”); habría mostrado así su fe en Jesús vivo aun en la muerte. No lo lleva; acepta, en cambio, los aromas de Nicodemo, que implicaban la creencia en una muerte sin remedio.
Había un huerto/jardín en el lugar donde murió Jesús (41): muerte (19,17: “lugar de la Calavera”) y vida (huerto) coinciden (cf. 19,30: metáfora del sueño). Jesús es el primero en ser enterrado en ese sepulcro (nuevo); donde todavía nadie había sido puesto: otros van a pasar por el mismo sepulcro. Jesús inaugura una nueva clase de muerte; la de los suyos, como la de él, es realidad de vida (8,51; cf. 11,25s). Jn no menciona que cierren el sepulcro con una losa; ésta aparecerá solamente quitada (20,1). Nadie puede encerrar a Jesús en la muerte.
Termina el tema de la preparación judía (42), que nunca pasará a la celebración de la fiesta. Esa Pascua ya no existe, una vez sacrificado el Cordero de Dios (19,31-42). Por la inminencia del día de precepto colocan a Jesús en el sepulcro cercano. La prisa da a la sepultura un carácter de provisionalidad.

SÍNTESIS.

La autenticidad de la fe se mide por la actitud ante la muerte. Mientras ésta aparezca como una derrota, el discípulo estará paralizado por el miedo a la violencia del poder, y su falta de libertad impedirá dar testimonio. En nada se diferencia del que nunca ha sido discípulo. Jesús en la cruz no es para él un salvador, sino una víctima. Puede ser un ejemplo que queda en el pasado, pero no una fuente presente y permanente de fuerza y de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario