domingo, 18 de enero de 2009

SECCIÓN INTRODUCTORIA: DE JUAN A JESÚS (1,19-51)

EVANGELIO DE JUAN
SECCIÓN INTRODUCTORIA. DE JUAN A JESÚS (1,19-51).
El testimonio de Juan Bautista (Mt 3,1-12; Mc 1,7-8; Lc 3,15-17)
19. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle:
-Tú, ¿Quién eres?
20. Él lo reconoció, no se negó a responder; y reconoció esto:
- Yo no soy el Mesías.
21. Le preguntaron:
- Entonces, ¿qué? Eres tú Elías?
Contestó él:
-No lo soy.
-¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
-No.
22. Entonces le dijeron:
-¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Cómo te defines tú?
23. Declaró:
- Yo, una voz que grita desde el desierto: “Enderezad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías).
24. Había también enviados del grupo fariseo,
25. y le preguntaron:
- Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?
26. Juan les respondió.
- Yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es,
27. el que llega detrás de mí; y a ése yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias.
28. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
19-28. Testimonio de Juan, que había sido anticipado en 1,6-8. En la primera parte, la triple negación (1,19-23) desarrolla la frase de 1,8: No era él la luz. La segunda parte, sobre el que había de venir (24-38) explicita su testimonio en favor de la luz (1,7-8).
La actividad de Juan, que despierta en el pueblo el deseo de vida y plenitud (1,6), alarma a las supremas autoridades religioso-políticas (Jerusalén) (19). Preguntas: el Mesías era el salvador esperado; Elías, el precursor que había de preparar su llegada; el Profeta, el segundo Moisés (20-21). Las tres figuras encarnaban aspectos de la salvación como poseedores y transmisores del Espíritu (Is 11,2; 2 Re 2,9-15; Dt 18,15.18; cf. Nm 11,16s). Para Jn, Jesús es el único que posee y comunica el Espíritu (1,32), y en él se integran las tres figuras mencionadas. Juan Bautista es sólo una voz; su mensaje va dirigido a las autoridades, acusándolas de haber torcido el camino del Señor (Is 40,3) (22-23). Esta acusación indica la postura de Juan y el sentido que imprime a su actividad.
El grupo fariseo acusa a Juan de usurpador (25). El bautismo o inmersión en el agua era símbolo de muerte a un pasado, para comenzar una vida diferente; en el caso de Juan, simbolizaba la ruptura con la institución judía y la ideología propuesta por ella (1,5-8: la tiniebla). Suscitando en el pueblo el deseo de vida, Juan quiere emanciparlo de la sumisión a las instituciones que cierran el camino a Dios (23). Promueve, por tanto, un movimiento popular que muestra su desacuerdo con el sistema religioso.
Su bautismo no es el definitivo. El salvador está presente y él no puede tomar su puesto (1,27: desatarle la correa de las sandalias). La imagen alude a una costumbre matrimonial judía: Jesús tiene derecho preferente a ser el Esposo. Se alude a la antigua alianza, donde Dios se llamará el Esposo del pueblo (Is 54; 62; Jr 2; Ez 16; Os 2,4ss). Se establece, por tanto, una alianza nueva, una nueva relación entre Dios y los hombres; en ella, la figura que requiere la adhesión y la fidelidad de los hombres (El esposo) es Jesús, el Hombre-Dios (2,1-11) (24-27).
Betania, al otro lado del Jordán (28), fuera del territorio de Israel, será el lugar de la comunidad de Jesús (10,40-42).
Identidad y misión del Mesías.
29. Al día siguiente, vio a Jesús que llegaba hacia él, y dijo:
- Mirad el Cordero de Dios, el que va a quitar el pecado del mundo.
30. Éste es de quien yo dije: “Detrás de mí llega un varón que estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo”.
31. Tampoco yo sabía quién era, pero si yo he venido a bautizar con agua es para que se manifieste a Israel.
32 Y Juan dio este testimonio:
-He contemplado al Espíritu bajar como paloma desde el cielo y quedarse sobre él.
33. Tampoco yo sabía quién era; fue el que me mandó bautizar con agua quien me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo”.
34. Pues yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
29-34. Segundo día. Testimonio de Juan para toda época (sin oyentes determinados) acerca de Jesús. Centro (32): Jesús, el portador del Espíritu (plenitud de vida y amor del Padre). Relación con el prólogo 1,30 repite 1,15. A la luz de 1,14 (clave de éxodo), el Cordero de Dios alude al cordero pascual, cuya sangre liberó al pueblo israelita de la muerte y cuya carne fue su alimento. Se anuncia, pues, la muerte de Jesús y la nueva Pascua (fiesta) / éxodo (liberación).
Como paloma (32) alude a Gn 1,2: “el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”. Termina de realizarse el proyecto creador: la comunicación plena del Espíritu a Jesús hace realidad al Hombre-Dios (1,1) Consagración mesiánica (10,36; Is 1,1ss; 42,1; 61,1ss), origen divino de la persona y misión de Jesús (3,13; 6,42.50.51.58; cf.1,18). La esfera del Espíritu se encuentra donde está Jesús (cf. 4,24). El Espíritu se identifica con la gloria, la plenitud de amor y lealtad (1,14); la misión de Jesús-Mesías consiste en comunicar a los hombres el Espíritu (33) o la gloria (17,22).
El pecado del mundo es la opción por una ideología (tiniebla) que frustra el proyecto creador, es decir, que suprime o reprime en los hombres la vida o la aspiración a ella, impidiendo la búsqueda de la plenitud en uno mismo o en los demás. Al dar la experiencia del Espíritu/vida, Jesús va a quitar el pecado del mundo, va a liberar al hombre de la sumisión a las ideologías de esclavitud. Tampoco yo sabía quién era (31.33), como Samuel no conocía a David (1 Sm 16,11); alusión mesiánica.
El testimonio solemne de Juan (34) tendrá su paralelo en el del discípulo al pie de la cruz (19,35).
Discípulos de Juan siguen a Jesús.
35. Al día siguiente, de nuevo estaba presente Juan con dos de sus discípulos
36. y, fijando la vista en Jesús que caminaba, dijo:
- Mirad el Cordero de Dios.
37. Al escuchar sus palabras, los dos discípulos siguieron a Jesús.
38. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:
- ¿Qué buscáis?
Le contestaron:
-Rabbí (que equivale a “Maestro”), ¿dónde vives?
39. Les dijo:
- Venid y lo veréis.
Llegaron, vieron dónde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él; era alrededor de la hora décima.
40. Uno de los dos que escucharon a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro;
41. fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo:
- Hemos encontrado al Mesías (que significa “Ungido).
42. Lo condujo a Jesús. Jesús, fijando la vista en él, le dijo:
- Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán Cefas (que significa “Piedra”).
35-42. Tercer día. Jesús camina, ha empezado su misión. Los dos discípulos de Juan oyen la declaración de éste (36), que resume la pronunciada antes (1,29-34); comprenden al Mesías como portador y comunicador del Espíritu, y siguen a Jesús.
Jesús vive en la esfera del Espíritu, que es la de Dios y que no puede conocerse más que por experiencia (39: lo veréis). Los dos discípulos se quedan con él en esa esfera. Anticipa Jn el estado ideal de la comunidad cristiana. La hora décima (las cuatro de la tarde) está cerca del final del día (la hora duodécima): Israel está para terminar su historia.
Un discípulo, Andrés (=el varonil; cf. 1,30: un varón), el hombre llegado a su madurez, ha escuchado a Juan (37.40). Simón Pedro, figura conocida, no lo ha escuchado, y no conoce la calidad del Mesías (40).
Andrés le habla de Jesús como Mesías, indicando así cuál era la expectación de su hermano Pedro (41). Éste se deja conducir. Jesús le anuncia que será llamado Piedra, pero no lo invita a seguirlo ni Pedro se ofrece. Al contrario que Andrés, Pedro no manifiesta reacción alguna después de su contacto con Jesús.
Llama a Felipe y a Natanael.
43. AL día siguiente decidió Jesús salir para Galilea; fue a buscar a Felipe y le dijo:
- Sígueme.
44. Felipe era de Betsaida, del pueblo de Andrés y Pedro.
45. Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo:
- AL descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret.
46. Natanael le replicó:
- ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le contestó:
-Ven a verlo.
47. Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y comentó:
- Mirad un israelita de veras, en quien no hay falsedad.
48. Natanael le preguntó:
-¿De qué me conoces?
Jesús le contestó:
-Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la higuera, me fijé en ti.
49. Natanael le respondió:
- Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel.
50. Jesús le contestó:
-¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás.
51. Y le dijo:
- Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hombre.
43-51. Cuarto día. Se completa la manifestación a Israel, objetivo de la actividad de Juan Bautista (1,31). Mientras los discípulos de éste siguieron a Jesús espontáneamente (1,37), a Felipe, que no pertenece al círculo de Juan ni conoce su testimonio sobre el Mesías, Jesús lo invita a seguirlo (43). Reacción entusiasta de Felipe. Describe a Jesús ante Natanael como la mera realización de lo predicho en el AT, sin darse cuenta de la novedad (45). Escepticismo de Natanael; la historia reciente le hace desconfiar de los mesianismos procedentes de Galilea. Felipe lo invita a tener contacto personal con Jesús (1,35) (46).
Jesús describe a Natanael como a modelo de israelita. La mención de la higuera alude a Os 9,10 (LXX): “Como racimo en el desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres”. El profeta describía la elección del pueblo; Natanael representa precisamente al Israel elegido que ha conservado la fidelidad a Dios; Jesús renueva la elección (47-48). Reacción entusiasta de Natanael: Rabbí: maestro fiel a la tradición (cf. V.45: Moisés en la Ley); Hijo de Dios: Mesías, el rey mesiánico (v.45: los profetas), interpretando como rey de Israel, el prometido sucesor de David (Sal 2,2.6s; 2 Sm 7.14; Sal 89,4s.27), que restauraría la grandeza del pueblo, no como en boca de Juan Bautista (1,33-34; el Hijo de Dios_ el portador del Espíritu).
La obra del Mesías no se limita a la elección de Israel (higuera). Primera declaración de Jesús sobre sí mismo. Alude a la visión de Jacob en Betel (Gn 28,11-27). Promesa (51: Veréis): la comunicación permanente con Dios en Jesús (el cielo quedar abierto). El Hombre (el portador del Espíritu): el proyecto salvador de Dios no se basa en la realeza davídica (49, de Natanael), sino en la plenitud humana (51). La promesa se realizará en la cruz, cuando vean al que traspasaron (19,37), en quien brilla la gloria/amor (cf. 19,34: sangre y agua).

sábado, 17 de enero de 2009


miércoles, 14 de enero de 2009

PRÓLOGO 1,1-18

EVANGELIO DE JUAN. TRADUCCIÓN DE LA NUEVA BIBLIA ESPAÑOLA.
I. PRÓLOGO: EL DESIGNIO CREADOR (1,1-18).

1. 1.Al principio ya existía la Palabra y la palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios.
2. Ella al principio se dirigía a Dios.
3. Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe.
4. Ella contenía vida y la vida era la luz del hombre:
5. esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado.

6. Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio,
7. para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer.
8. No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.
9. Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo.
10. En el mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, en mundo no la reconoció.
11. Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron.
12. En cambio, a cuantos la han aceptado, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona;
13. los que no han nacido de mera sangre derramada ni por mero designio de una carne ni por mero designio de un varón, sino que han nacido de Dios.
14. Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria – la gloria que un hijo único recibe de su padre – plenitud de amor y lealtad.
15. Juan da testimonio de él y sigue gritando: - Éste es de quien yo dije: “ El que llega detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo”.
16. La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor,
17. porque la Ley se dio por medio de Moisés; el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías.
18. A la divinidad nadie la ha visto nuca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación.
COMENTARIO
Prólogo. Puede llamarse también síntesis introductoria o profesión de fe de la comunidad de Juan, que, en 1,14-16 (nosotros), habla de su experiencia cristiana, fruto de la actividad de Jesús. El prólogo resume en pocos trazos la realización del proyecto creador de Dios, que abre una época nueva en la historia humana. Por una parte, da claves de interpretación para el resto del Evangelio; por otra, sólo se puede penetrar su profundidad conociendo la obra de Jesús narrada después.
Introducción (1-2).El término griego logos sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra/potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). El logos o Palabra formula el proyecto de Dios (sabiduría), que existe antes de la creación y la guía, y, en cuanto potencia, lo realiza. En v.1, la Palabra representa el proyecto formulado, cuyo contenido está expresado en 1c: la Palabra era Dios o, ateniéndonos al significado de la Palabra en este pasaje: un Dios era el proyecto. Este consistía, por tanto, en que el hombre tuviese condición divina, que fuese igual a Dios. El proyecto es la palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras, en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse en Jesús el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre. Este proyecto, concebido en la mente divina, es personificado por Jn, quien lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta especie de soliloquio divino (el proyecto se dirigía/interpelaba a Dios) una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo.
La antigua humanidad. El rechazo del proyecto de Dios (3-10). Existe la actividad creadora del proyecto/palabra, que se traduce en comunicar la vida que contiene. Vida (= plenitud de vida), se opone a la existencia que no merece ese nombre; la plenitud de vida es la luz, la verdad del hombre (4). Consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor de la vida misma; la aspiración a la vida plena guía al hombre, y la experiencia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no hay verdad.
La luz/vida tiene un enemigo, la tiniebla, que pretende extinguir la luz (5). Es una entidad activa y maléfica: a la luz/vida se opone la tiniebla/muerte. La tiniebla aparece después de la luz (no como en Gn 1); es decir, la aspiración a la vida es componente del ser del hombre, por ser la vida el contenido del proyecto creador, del que el hombre es resultado. La tiniebla no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz/verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud.
A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida/luz sirve de orientación y de meta a la humanidad. El hombre puede comprender qué significa una vida plenamente humana y a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.
En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existencia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.
La luz verdadera (9) se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley (Sal 119,105; Sab 18,4; Eclo 45,17 LXX). La luz no sólo brilla (1,5), sino que ilumina, llega y pretende comunicarse a todo hombre: a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, el hombre podía experimentar el anhelo de vida; la plenitud contenida en el proyecto creador se le presentaba siempre como ideal y meta. Su anhelo de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas. Pero la humanidad no reconoce el proyecto ni hace caso de la interpelación (10); aunque le era connatural, lo rechazó y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tiniebla/muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la legada histórica de la Palabra: la ideología/tiniebla represora de la vida le quitaba hasta el deseo de la propia plenitud.
Centro del prólogo: El proyecto creador, realizado en la historia (11-13). En paralelo con la llegada de Juan Bautista, está la de Jesús. Él es el Hombre-Dios (3), el proyecto realizado, la palabra creadora, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó (11). Fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla, es decir, la ideología mantenida por la institución judía, la absolutización de la Ley y los principios nacionalistas (12,34.40). En su nombre se condenará a Jesús (19,7).
Hay quienes lo aceptan (12), sobre todo fuera de su pueblo, liberándose del dominio de la tiniebla. Ser hijo se demuestra con el modo de obrar (8,39; 5,19-20). La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el nacer de Dios; hacerse hijo indica el crecimiento, fruto de una actividad semejante a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre, sino que colabora con él. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la Dios con el hombre. Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de proyecto realizado y en aceptar la vida que comunica en cuanto palabra creadora. No pide Jn la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada, sino a la persona de Jesús, el modelo y dador de vida que Dios ofrece a la humanidad.
La capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo acontecimiento. Éste, que se identifica con la recepción del Espíritu (3,5), procede de la muerte de Jesús (“sangre derramada”), del propósito de su actividad histórica (“carne”), de su propósito personal (“varón”), pero no en cuanto meros hechos humanos, sino en cuanto en ellos se expresa y se hace eficaz la Palabra/Proyecto, que es Dios (1,1) (13). Esta calidad/nombre de Jesús (12) es la que percibe el que le mantiene su adhesión.
La nueva humanidad (14-17). La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios.
El proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte (hombre/carne) (14). Por vez primera aparece la meta de la creación: el Hombre-Dios. Su presencia se interpreta en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En el nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús. La gloria era el esplendor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.
El hijo único es el heredero universal del Padre y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Su gloria es su plenitud de amor y lealtad (Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don/entrega y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor leal. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar y amar es comunicar vida (14).
La comunidad narra el testimonio de Juan (15), que ve confirmado por su propia experiencia. Jesús llega después de Juan, pero se pone delante de él. La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confirmado por su propia experiencia. La Palabra/Sabiduría, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humanidad (1,4: “la luz del hombre”) y es la misma que existía ya “al principio” (1,1). Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra/proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).
Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a la humanidad entera. No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de pertenecer a ella.
Lo específico cristiano (todos nosotros) es la experiencia y participación del amor-vida que está en Jesús (16). El Hijo, heredero universal (14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia. La prueba palpable de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la comunidad; se muestra en una actividad como la suya, que lleva a realizar el designio divino, es decir, a trabajar por la plenitud humana.
La nueva comunidad humana existe en virtud de la nueva y directa relación del hombre con Dios (nueva alianza), inaugurada y hecha posible por Jesús (17). La antigua relación, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Gracias a la obra de Jesús pueden existir en los hombres el amor y la lealtad propios de Dios mismo (14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación/alianza. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose constitutivo de su ser (Jr 31,31-34; Ez 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.
Colofón (18). Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad de Dios. Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas: el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.
La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto creador sólo llega a su término con el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida/amor. Únicamente Jesús, el Hijo único/amado, que tiene la condición divina, puede expresar lo que Dios es: el Padre que está total e incondicionalmente a favor del hombre, el que, por amor, le comunica su propia vida. Jesús lo explica con su persona y actividad. Él es el punto de partida, el único dato de experiencia de alcance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios haciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.

domingo, 11 de enero de 2009

INTRODUCCIÓN

TRADUCCIÓN DE LA NUEVA BIBLIA ESPAÑOLA
INTRODUCCIÓN.
Redacción y estilo.
El Evangelio de Juan se presenta como una obra unitaria, es decir, sus partes están en función de una estructura de conjunto, la cual, a su vez, ilumina el sentido de cada una de las partes que la componen. Hay que determinar, sin embargo, si la estructura del Evangelio corresponde a una intención preferentemente histórico-narrativa o más bien a una concepción teológica.
El intento de considerar el Evangelio como una narración de carácter puramente histórico tropieza inmediatamente con dificultades insuperables; aparecen, por un lado, “saltos” en la topografía o incoherencia en la sucesión de los hechos y, por otro, omisión de datos, falta de lógica narrativa o detalles inverosímiles.
Entre los saltos topográficos resalta el orden de los capítulos 5 y 6. Jesús, que estaba en Jerusalén, en plena controversia con sus adversarios, se encuentra de pronto, sin previa transición, en Galilea, en la orilla oriental del lago, acompañado de sus discípulos (6,1).
La falta de lógica en la sucesión de los hechos se aprecia en la invitación a salir que hace Jesús a mitad del discurso de la cena (14,31), mientras él mismo continúa el discurso, sin que se indique cambio de lugar o de momento.
La omisión de datos aparece, por ejemplo, en la solemne declaración de Juan Bautista (1,29-34), donde está ausente toda mención de auditorio; paralelamente, el grito final de Jesús, cuando hace la síntesis de toda su actividad (12,44-50), resuena en el vacío, sin lugar ni público señalado.
Otras veces se echa de menos la lógica narrativa: así, en Caná, la madre de Jesús, ante la falta de vino, se dirige a él, un invitado, en vez de hacerlo al maestresala allí presente, encargado de la marcha del banquete (2,1-11).
Por otra parte, las cifras que aparecen en ciertos episodios resultan inverosímiles si se las considera como datos históricos: por ejemplo, en una casa particular hay seis tinajas de ochenta a ciento veinte litros cada una, dedicadas solamente a la purificación (2,6).
Por estos y otros muchos detalles, el texto, leído con perspectiva puramente histórica, resulta a menudo descuidado o incoherente.
De hecho, el plan que estructura el Evangelio de Juan es teológico. No es una biografía de Jesús (20,30), ni siquiera un resumen de su vida, sino una interpretación de su persona y obra hecha por una comunidad a través de su experiencia de fe. De ahí que el lector haya de interpretar los hechos que encuentra en el texto cuya historicidad no se prejuzga, ateniéndose al genero literario del Evangelio, es decir, como lenguaje teológico.
Una vez aceptado que este Evangelio pone en primer plano la interpretación teológica y que a ella se subordinan los datos históricos, sería ilógico seguir considerando como problemas las dificultades que el texto presenta desde el punto de vista histórico. La coherencia de Juan no ha de buscarse en la exactitud histórica, sino en la unidad temática, en relación con su plan teológico. Muchos de los “problemas” que plantea este Evangelio proceden solamente de un defecto de planteamiento inicial.
Para expresar y explicar la realidad de Jesús usa Juan el lenguaje de su cultura, poniéndolo al servicio de su teología. Utiliza ese lenguaje como instrumento; por ello cita libremente los antiguos textos (13,18) y, si es preciso, los cambia, omitiendo frases o combinando varios de diversa procedencia (12,15). Las citas explícitas del A T no pasan de trece en este Evangelio, pero las alusiones son muy numerosas, tanto a pasajes concretos como sobre todo, a temas teológicos.
Hay que tener en cuenta que en la literatura del AT los conceptos teológicos no se expresaban como actualmente con un lenguaje abstracto, sino con imágenes de uso corriente en la cultura, que remitían a categorías ya conocidas. También en Juan, un tema o hecho determinado se expresa o se interpreta usando categorías simbólicas cuyo origen hay que buscarlo en gran parte en los libros del AT o en los comentarios al mismo. Se encuentra así el tema nupcial para significar la alianza o la relación de Dios con su pueblo; asimismo, el desierto, el agua, el pozo, la unción, la pascua, el pastor, las ovejas, la gloria, el templo, etc., son lugares teológicos. Se usa también la tipología de personajes o acontecimientos de la historia del pueblo hebreo: Moisés, Josué, Elías, Eliseo, el éxodo, el paso del mar o del Jordán, el maná, etc. A veces se adaptan los simbolismos transmitidos.
Otro recurso común en este Evangelio son los personajes representativos. Muchos de los que aparecen no actúan simplemente como figuras históricas, sino investidos de una representación determinada. Para dar diferentes aspectos de lo representado, distintos personajes pueden encarnar un mismo papel bajo aspectos diferentes, o papeles complementarios. Por ejemplo, el caso de Natanael, figura del Israel fiel a las promesas en cuanto es objeto de renovada elección por parte de Jesús /1,48.50), y de la madre de Jesús, que representa al mismo Israel en cuanto origen de Jesús (2,1.3). La nueva humanidad está, a su vez, representada en figura masculina por el discípulo predilecto (13,23s), y, en figura femenina, por María Magdalena, en papel de esposa (19,25-27); ella constituye con Jesús la nueva pareja primordial (tema de la creación), que dará origen a la humanidad nueva.

Líneas teológicas.

Las líneas maestras de la teología de Juan son dos: el tema de la creación y el de la Pascua-alianza.
El tema de la creación se abre en el prólogo (1,1ss), domina la cronología y da una clave de interpretación de la obra de Jesús. De hecho, su obra se enmarca en un figurado “día sexto” (2,1), el de la creación del hombre, marcando el sentido y resultado de su obra: terminar esta creación. Culmina con su muerte en cruz (19,30: Queda terminado), que tiene lugar también el día sexto (12,1). El día “sexto” encierra dos períodos, el de la actividad de Jesús, “el día del Mesías” (8,56) y “la hora final”, que lo consuma y coincide con el período de la última Pascua, enlazando así los dos temas principales. La parte final del Evangelio completa el tema de la creación por situarse en “el día primero” (20,1), que indica el principio y la novedad de la creación terminada; es, al mismo tiempo, “el día octavo” (20,26), señalando su plenitud y su carácter definitivo.
El tema de la Pascua-alianza lleva en sí el del éxodo y, con él, otros temas subordinados: la presencia de la gloria en la Tienda del Encuentro o santuario (1,14; 2,19-21), el cordero (1,29; 19,36), la Ley (3,1ss), el paso del mar (6,1), el monte (6,3), el maná (6,31), el paso del Jordán (10,40). Está íntimamente relacionado con el tema del Mesías (1,17), quien, como otro Moisés, había de realizar el éxodo definitivo, y consecuentemente, con el tema de la realeza de Jesús (1,49; 6,15; 12,13s; 18,33-19,22). “El mundo” enemigo de Jesús y de los suyos (15,18ss), de donde él o el Padre sacan (15,19; 17,6), es también un elemento del tema del éxodo (la tierra de la esclavitud).
La relación entre ambas líneas teológicas puede concebirse así: El designio de Dios consiste en dar remate a la creación del hombre comunicándole el principio de vida que supera la muerte (el Espíritu), en hacer del “hombre-carne” el “hombre-espíritu” (3,6), paso que exige la opción libre (3,19). Pero al cumplimiento de este designio se opone el hecho de que el hombre está engañado y sometido por fuerzas maléficas (1,5: la tiniebla; 8,23: el mundo/orden este) y ha renunciado a la plenitud a que lo destina el proyecto creador. De ahí la necesidad de un salvador (4,42), el Mesías (1,17), que lo haga salir de la esclavitud en que se encuentra (tema del éxodo; 1,29: el pecado del mundo), dándole la capacidad de opción, y acabe en él la obra creadora (1,17; 1,33: bautizar con Espíritu Santo). La línea primaria es, pues, la realización del designio creador.

Plan del Evangelio.

La estructura del Evangelio de Juan puede resumirse así:
I. Prólogo: El designio creador (1,1-18).
II. Sección introductoria: De Juan a Jesús (1,19-51).
III. Primera parte: El día sexto. La obra del Mesías (2,1-19,42).
A. El día del Mesías (2,1-11,54).
1. Ciclo de las instituciones: “Los suyos no lo acogieron” (2,1-4,46ª).
2. Ciclo del hombre. El éxodo del Mesías (4,46b-11,54).
B. La hora final. La Pascua del Mesías (11,55-19,42).
1. Primera sección: La opción ante el Mesías (11,55-12,50).
2. Segunda sección: La cena. La nueva comunidad humana (13,1-17,26).
3. Tercera sección: Entrega, muerte y sepultura de Jesús. La manifestación de la gloria (18,1-19,42).
IV. Segunda parte: El día primero. La nueva creación (20,1-31).
V. Epílogo: La misión de la comunidad y Jesús (21,1-25).